Cuántas
fuerzas pierdes imaginando otra vida, otras circunstancias. El signo de que
estos pensamientos no son del buen espíritu es que al principio te enardecen
pero después al volver a la realidad te quedas triste, decepcionado, como
pensando que nada de lo soñado se puede realizar ahora. Y decides no desear
más, intentar simplemente sacar disfrutar de lo que tienes, reprochándote
–incluso- tu falta de gratitud por lo presente. Y sin embargo el Señor es el
Dios de las sorpresas, el Deus semper maior (siempre más grande que
nuestras concepciones, tan limitadas), el Líder de los proyectos siempre más
altos, más amplios, en un horizonte que se nos escapa. Ensánchame el corazón
y correré por el camino de tus mandatos. Qué buena petición al comenzar el
año. Necesitamos no que El cumpla nuestros deseos sino que sus proyectos
ensanchen nuestro corazón y nos pongan las pilas, nos lancen, nos hagan correr.
Por eso es imprescindible pedir al Señor que te contagie su ilusión por tu
propia vida. Para vivir el presente con pasión es necesario mirarlo con
visión de futuro. Pero no nuestra visión sino la suya. Ponte delante de esa
imagen de Jesús que has colocado en tu casa de forma especial y mírale a los
ojos. Permanece en silencio unos segundos. Comienza a repetir el nombre de
Jesús hasta que tu corazón se acompase al suyo. Y ahora dile: Gracias por
todo lo que vas a hacer en mi vida. Proyecta en tu mente las imágenes más
ilusionantes acerca de tus hijos, de ti mismo, de las personas que amas.
Mírales maduros, felices, fecundos, tan llenos del Señor, transformando el
mundo en lo pequeño. Voy a hacer una obra entre vosotros que si os lo
contasen no os lo creeríais; ya ha comenzado a suceder ¿no lo ves?
A veces el Señor quiere reducirnos a la nada, para ser todo para nosotros. Y entonces recuperamos nuestra verdadera identidad, y el horizonte se abre.
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