jueves, 31 de enero de 2019

HARTOS DE UNA RELIGIÓN FALSA


La Palabra de Dios pide una respuesta que es la vida misma transformada por la Palabra de Dios.

No se trata simplemente de intentar seguir sus enseñanzas.

Es que la Palabra de Dios se ha hecho uno de nosotros, ha vivido fiel a las palabras del Padre y precisamente en la Liturgia somos transformados por el mismo Espíritu que le capacitaba a El para responder en cuanto hombre. 

Esa es quizás lo que hoy más nos falta: transformación.
Estamos llenos de información pero no hay transformación, seguimos igual. Nunca hemos sabido tanto acerca de comida saludable, de los efectos nocivos del móvil, los chicos tienen información de sobra sobre sexualidad, drogas, peligros de internet, pero nada de eso nos hace cambiar.

La Palabra de Dios no es informadora sino transformadora. 
No por nuestro empeño sino por la fuerza que reside en ella misma.


Aunque ese poder sólo se manifiesta –hace milagros como le pedían a Jesús- si nosotros aceptamos su poder transformador .
Como el fuego. Muchos se acercan lo suficiente para calentarse un poquito pero no quieren que les queme. Pero el fuego quema, y entonces se empieza a concebir como un peligro. 
Qué cierta es la frase del poeta: El fuego ama a quienes no le tienen miedo.
¿Por qué tenían miedo a Jesús aquellos compatriotas suyos o los nuestros de hoy? 
¿Fue porque no le comprendieron o quizás precisamente porque comprendieron algo claramente? 
No comprendieron a Jesús pero sí comprendieron algo de Jesús: que El no se deja domesticar. 
Y eso da miedo.
Decía Stalin: "Sólo le tengo miedo en esta vida a una cosa. A una persona con una certeza. A todos se puede convencer con promesas o con amenazas, pero al hombre con una certeza no se le puede vencer, sólo se puede acabar con él". Lo más fuerte es que lo decía a propósito de los cristianos de verdad.

El hombre libre, el hombre lleno de certezas, no el fundamentalista sino el que vive anclado en lo fundamental y no se deja ni comprar ni intimidar porque sus valores son otros. Ese es y siempre ha sido peligroso. 

Os confieso que yo también he sentido ese miedo. Te atrae y al mismo tiempo te da miedo porque intuyes que si te acercas demasiado cambiará tu vida o peor aún, que no lo hará porque al final tú te eches atrás y tengas que cargar toda la vida con la sensación de que tu vida podría haber ardido como una hoguera llena de luz y calor y sin embargo te has conformado con maldecir las tinieblas con el resto de los que te acompañan en la noche.
Jesús es así, como el fuego. Al final o te dejas transformar o te alejas de El.
Hoy yo veo que esto sigue sucediendo. No poca gente se acerca a la misa, escucha durante un tiempo, experimenta paz, fuerza, como destellos de verdad que les atraen. 
Pero llega un momento que tienes que tomar una decisión, o dejas que ese fuego te convierta en fuego, es decir que tu vida se transforme a imagen de la suya, tus criterios en los suyos, tus hábitos en los suyos, tus deseos en los suyos, o te alejas, le empiezas a ver como alguien peligroso, como un manipulador de conciencias, alguien a quien hay que despeñar de la vida o al menos de la vida social.
Como le profecitaron a María, ante su hijo quedarían claras las intenciones de muchos corazones, El sería como una bandera discutida, ante la que hay que tomar partido, o se le sigue o se le persigue. 
La Eucaristía, la liturgia cristiana, no es como las liturgias paganas que cumplían una misión social. Venimos, cumplimos, nos vamos. Hemos de saber que quien hace esto está cometiendo el peor de los sacrilegios. 
La Palabra de Dios o te transforma a ti a su imagen o la transformas tú a ella a la tuya. 
Al principio sabe dulce pero al final te dan ganas de vomitar. 
Ojalá vomitemos esa falsa religión y empecemos a vivir el riesgo de seguir a Cristo.
Entonces, como dice el profeta, aunque vivas expuesto, atacado, criticado el Señor te hará muralla de bronce, inexpugnable, podrás ser tú también la palabra de esperanza que el mundo necesita. 
Una palabra alimentada y sostenida por la Palabra, ésa que al principio también sabe dulce pero luego te hace arder por dentro, te convierte en un fuego que enciende otros fuegos.
Verdaderas luminarias en medio de un mundo oscuro, hasta que el Día amanezca…

miércoles, 12 de diciembre de 2018

LOS CANSANCIOS DE LA VIDA

Comienzo este día con tu Palabra. Tienes tanta ternura y misericordia con nosotros. Miras nuestras fatigas sin acusarnos, sin juzgarnos. Lo que buscas es levantarnos. Que así sea yo con los demás y conmigo mismo, Señor. Siempre levantando con mis palabras, como Tú.
Y eso que nuestras fatigas proceden tantas veces de nuestros deseos desordenados, de esas fuerzas devastadoras y agotadoras que hay en nosotros y que buscan controlarlo todo, que no soportan que no se haga su voluntad, que los demás no sean como queremos, que no tenga la comodidad, la salud o el gusto que me gustaría, ese cansancio hecho de frustraciones y pretensiones sobre la realidad, sobre los demás, sobre mí mismo. Incluso pretensiones sobre Ti.
Así nos dices a través de tu profeta - Is 40,25-31-: 
"¿Por qué andas hablando, Jacob, y diciendo, Israel: «Mi suerte está oculta al Señor, mi Dios ignora mi causa»? 
Cuando nos asalta la fatiga dudamos de Ti: "¿Acaso no te importo? ¿Es que no ves mis luchas, mis cansancios, que no puedo más?"
Y pensamos que también Tú te has cansado. Te has cansado de nosotros -y con razón, nos parece- te has cansado del mundo y sobretodo te has cansado de mí...
Por eso respondes:
"¿Acaso no lo sabes, es que no lo has oído? El Señor es un Dios eterno y creó los confines del orbe. No se cansa, no se fatiga, es insondable su inteligencia.
«¿A quién podéis compararme, que me asemeje?», dice el Santo. Alzad los ojos a lo alto y mirad: ¿Quién creó aquello? El que cuenta y despliega su ejército y a cada uno lo llama por su nombre; tan grande es su poder, tan robusta su fuerza, que no falta ninguno".
¡Tú no te cansas! Cómo comprendo entonces la sentencia de San Juan de la Cruz: "El alma que anda en amor ni cansa ni se cansa". ¿No será eso lo que me falta: más amor? Pero amor tamaño Tú. "Dios es Amor". Tú eres Amor, el Amor que no se cansa. Y por eso mismo das descanso a los cansados, nosotros, los que no amamos todavía como Tú.
Leo tu promesa en tu Palabra por boca del profeta: 
"Él da fuerza al cansado, acrecienta el vigor del inválido; se cansan los muchachos, se fatigan; los jóvenes tropiezan y vacilan; pero los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse".
Y luego te escucho a Ti en persona:
(Mt 11,28-30)
-«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»
Este es el secreto. Esta es la fuerza. Recibir de ti el Amor. El Yugo de obediencia y confianza en el Padre que nos llena de su mismo Amor, el Espíritu Santo. 
Entonces yo también podré vivir ese amor que ni cansa ni se cansa. 
Entonces encontraré descanso para mis fatigas, naufragando en tu Pecho mis congojas y tomando de ese mismo Pecho el fuego de Amor para incendiar la tierra.

viernes, 3 de noviembre de 2017

IDEOLOGÍA Y VICTIMISMO


Asistimos estos días a un teatrillo escenificado por Puigdemont y sus teleñecos, pero es el mismo show mediático que los expertos en mass media enseñan que deben representar quien quiera influir en la sociedad. La clave es que hablen de ti, bien o mal. Lo vemos en Trump, en Pablo Iglesias o en tantos otros. Pero hay un paso más allá del teatro, es la manipulación del victimismo. Un ejemplo lo tenemos en ese falso feminismo que hacen de la lucha contra el maltrato su bandera y justificación pero que en realidad no tiene nada que ver con las mujeres maltratadas -que, a propósito, en testimonio de muchas de ellas algunas de esas asociaciones no les hacen ni caso- sino que es un método clásico de la ideología. Su método es en tres pasos:
1º Convencer al sector que quiere manipular de que están oprimidos -ya sea el proletariado, el campesinado, los catalanes, las mujeres o los homosexuales- repitiéndoles machaconamente que son unas víctimas.
2º Señalar quiénes son sus enemigos, los opresores, qué curiosamente son aquellos que la ideología quiere eliminar.
3º Revelar a sus salvadores: ¡qué casualidad, oye! Sus grandes salvadores son los miembros de esa ideología.

Y ya la ideología tiene carta blanca para hacer todo lo que quiera, está justificado porque en cuanto alguien denuncia lo que están haciendo basta con invocar el nombre temido del enemigo-opresor y tachar al denunciante de fascista, capitalista, machista, xenófobo u homófobo.

Esto basta para que la victimizada o el victimizado se mueva más por el sentimiento que por la razón de forma que siempre tendrá razón quien me defiende no mi opresor. En el fondo se empieza a pensar que todo se arreglará acabando con los opresores.

La ideología victimiza, manipula, y enfrenta. Esta es la dinámica de la dialéctica que enseñaba Hegel y luego Marx y Engels según la cual lo que hace avanzar la historia es una lucha entre tesis vs antítesis para que al final resulte la síntesis que  curiosamente coincide con ellos. Es la lucha de clases, la lucha de géneros, la lucha de nacionalidades,  siempre tiene que haber un enemigo al que odiar.


Por esto que nadie piense que se puede arreglar esto sin armarse bien y responder a la ideología no con buenismo o frases hechas. La ideología se vence con el amor a la verdad. Pero desde Sócrates hasta hoy pocos son los que están dispuestos a luchar por la verdad, porque con la ideología no hay diálogo sino sólo la victoria del propio peso de la verdad pero expuesta y propuesta con toda la energía, sin arredrarse: La verdad os hará libres. Quizás sea cierto aquel luminoso pensamiento de Chesterton: “Cuando los hombres dejan de adorar a Dios terminan adorando cualquier cosa”. Porque éste es el fondo de la ideología: la adoración de las ideas. 

Lo peor de todo es que creemos que son las nuestras.

jueves, 2 de noviembre de 2017

LA MUERTE DEL CRISTIANO

A la muerte de un cristiano nuestra fe le pone un nombre misterioso y hasta un poco escandaloso, es el mismo nombre que usamos para el momento más alegre, victorioso, del año,... la llama "Pascua".

1.- Porque "Pascua" significa "paso"

Pues del mismo modo que el pueblo de Dios pasó de la esclavitud de Egipto a la libertad saliendo de allí en medio de sufrimientos y terrores pero Dios abrió el Mar para que "pasasen"

así de la misma manera Jesús atravesó la muerte, con todo su misterio de dolor, miedo y soledad, siendo arrancado de su poder por el brazo del Padre,

precisamente para que el cristiano pueda vivir ese misterio primero sacramentalmente en el bautismo y luego físicamente en su propio "paso".

Es bellísimo que en el entierro de los cristianos cantamos el mismo salmo que en su bautismo: "El Señor es mi Pastor" (Salmo 22) el cual nos lleva de la mano cuando "pasamos" por las cañadas oscuras de la muerte y nos lleva a un lugar seguro, a los pastos verdes de la vida eterna, resucitada.

2.- Pascua es paso. Pero también el paso del Señor por nuestras vidas.

Igualmente que pasó por el campamento hebreo protegiendo con la sangre del Cordero las jambas de sus puertas para que no les tocara la destrucción así esa sangre toca los labios del agonizante en el viático -la última eucaristía- y sus manos y frente con el aceite de la extrema unción, aceite de fortaleza según la expresión del salmo 22: "me unges la cabeza con perfume y mi copa rebosa, me preparas para la batalla frente al enemigo".

Porque es cierto que la muerte es la última batalla de la vida ¡y cuánto cuesta morir a veces! qué misterio tan grande es esa prolongación del sufrimiento, pero nada sucede sin que nuestro Señor pase por ello convirtiéndolo en oportunidad de convertirnos más profundamente a El, de reparar y dolernos de nuestros pecados y prepararnos para soltar nuestro cuerpo (hasta que lo que recuperemos ya sin dolor ni miseria sino glorioso en el último día).

La muerte del cristiano es paso del Señor, es Pascua, es dolor y miseria muchas veces pero es más fuerte su Presencia.
 
Es está allí, no sólo al otro lado esperando sino allí, junto a nosotros, aún cuando muramos en la más terrible soledad de la peor de las muertes, no hay océano tan profundo o cámara de gas o sala de torturas tan oscura donde El no haya descendido en su muerte para tomar posesión de ella y convertirla en un lugar de amor, de salvación, de Pascua.

3.- La muerte del cristiano, finalmente, es un encuentro, puede ser que la muerte y el demonio y nuestros pecados y terrores vengan a buscarnos pero hay Uno más fuerte que todos ellos que nos toma de la mano y nos reclama como posesión suya, comprados por su propia sangre. Si morimos en gracia de Dios no hay nada que temer.

Qué difícil se hace morir pues estamos hechos para la vida, pero es sólo un parto, una puerta, un paso.

Lo que importa no es la puerta es lo que hay detrás de ella, aún mejor Quien está detrás de ella.


El que sabemos que nos espera porque no nos ha dejado nunca.

martes, 31 de octubre de 2017

¿QUÉ NOS ESPERA TRAS LA PUERTA DE LA MUERTE?


Hay una frase de Jesús que he sentido para hoy, quizás para alguno de vosotros que vais a escuchar o leer estas palabras. Les dice a sus discípulos “Si cuando os he hablado de cosas terrenales no me habéis comprendido ¿cómo me vais a comprender cuando os hablo de cosas celestiales?”

Tenemos un problema metodológico al acercarnos a escuchar lo que nos dice nuestra fe acerca de la vida después de la muerte. Reducimos la realidad a lo que nosotros comprendemos. Es curioso cómo ahora algunos políticos le invitan a los nacionalistas a abrir los ojos y dejarse guiar por la realidad, en vez de imponer sus ideas. Me hace gracia, ese es el método de toda ideología –también las suyas- no partir de la realidad sino de mis ideas e imponerlas hasta que se hagan realidad, es lo que nos pasa con el tema de la ideología de género imponiéndonos que uno puede ser un hombre dentro del cuerpo de una mujer o no tener género estable etc. mientras se acalla a la mayoría silenciosa para que no diga lo que es evidente hasta que poco a poco empiezas a pensar que quizás eres tú el equivocado, que los tiempos cambian, etc.
Pero esto viene de atrás, de un concepto de la vida en la que para que yo reconozca que algo es importante tengo que tenerlo en mi cabeza previamente. Tenemos muy poca apertura a dejarnos sorprender, a mirar en profundidad, reconociendo el misterio que envuelve nuestra vida empezando por los que más queremos y que no son como nuestra idea de hijo o esposo o padre o amigo pero que siguen siendo valiosos.
Necesitamos reconocer que no lo sabemos todo, es más: de lo más importante no sabemos casi nada. Porque lo que de verdad importa no son las cosas de la tierra –como dice Jesús- la salud, las relaciones, incluso el perdón o la paciencia. Lo que importa es lo que sostiene todo eso. Porque si sólo existe lo que vemos y tocamos o no podemos saber nada de otras cosas entonces somos los seres más desgraciados que existen porque no sabemos nuestro propósito, para qué estamos aquí en la tierra y el sentido de las cosas que hacemos y simplemente nos dedicamos a “disfrutar” la vida antes de que llegue la muerte, sin más.
Pero claro que hay un propósito y un sentido porque hay una meta. Y no es un mito, una idea bonita. Lo que sucede es que tenemos certeza de ella en la medida en que la experimentamos real en el presente. Es la experiencia de Cristo Resucitado. Quienes lo habéis experimentado sabéis de qué hablo. Los que no, atended bien lo que enseña la Iglesia, pues sólo podemos daros testimonio y acompañaros para que vosotros también lo podáis “ver y creer”.
¿Qué nos espera tras la puerta de la muerte a los que dijeron que sí a su salvación? El mismo que nos ha acompañado toda la vida. Y su Madre. Y los que se fiaron de El y le confesaron delante de los hombres y cumplieron sus mandamientos y pertenecieron a “los suyos”. Entonces morir es pasar a un lugar de vivos. Abrimos los ojos y la vemos a ella y a nuestros seres queridos que dijeron que sí al Señor y que nos llevan cuidando toda la vida desde arriba. Salimos del cuerpo y nuestro ángel nos acompaña a la luz. En esa luz empezamos a ver nuestra vida y lloramos, nos arrepentimos, vemos lo que era nuestra misión y cómo la traicionamos tantas veces, cómo no cuidamos de los que nos encomendaron, cómo incluso a veces les hicimos daño, y lloramos, vemos tanto amor, tanta paciencia del Señor con nosotros y nuestra ingratitud y falta de correspondencia, y lloramos. Vemos finalmente lo que el Hijo eterno de Dios sufrió en la Cruz cargando con todo ese mal y esa culpa mía como un hermano mayor que se ha hecho cargo de mi deuda, y veo que he merecido quedarme sin Dios para siempre, y veo cómo cada pecado, cada traición le destrozaba a Jesús, era un latigazo en su cuerpo y en su alma, lo veo y lloro, lloro inmensamente, veo cómo vino una y otra vez a mí, buscándome, haciéndose pequeño en la sagrada hostia y veo cómo le he tratado misa tras misa, con increíble indiferencia y desprecio, y lloro y me acuso y pido penitencia y más dolor que me sirva para llorarlo como se merece pues soy un desgraciado, un hombre ruin y malvado, un traidor, un asesino de Dios. Y una luz nos envuelve en esa humillación, es la salvación que no merecemos pero que hemos aceptado con humildad.
Y ese sufrimiento de amor se hace cada vez más puro, cada vez más agradecido, cada vez con más paz, hasta que nuestro corazón queda totalmente en paz, reconciliado con Dios, con los demás y con nosotros mismos. Hemos pedido perdón pero también hemos perdonado y nuestra vestidura se ha ido blanqueando en esa luz.
Ahora cada vez más vemos nuestra vida, nuestra historia como la mira Dios y nos llenamos de gratitud, un cántico comienza a nacer en nuestro corazón, es misterioso y desconocido, lo pone el Espíritu sólo en aquellos que siguieron al Cordero y fueron despreciados, insultados y sacrificados con El por amor al Padre, y ahora ese cántico el que Jesús mismo recibió al ser resucitado despierta en nosotros, es el cántico del Cordero, el canto de la victoria después de la terrible batalla, es un grito de júbilo que empieza subir desde el pecho con emoción creciente, increíble, es la adoración en Espíritu y en Verdad al Dios Tres Veces Santo y entonces nos descubrimos rodeados de miles, de millones de seres celestiales que aclaman y cantan el mismo cántico, como en un inmensísimo estadio de futbol, estamos en la puerta de ese lugar santo y vemos venir a nosotros a nuestros padres y abuelos y hermanos que dijeron que sí al Señor y esos hijos que nunca llegaron a nacer y que ahora ves su rostro por fin, llenos de luz, de amor, y lloras y lloras pero no ya de dolor sino de agradecimiento, de emoción, de tanto amor inmerecido, y en medio de los cantos de alabanzas y júbilo indescriptibles.
Y entonces sucede… sucede lo único que ya desea tu corazón, aparece el Rey de reyes y Señor de señores lleno de gloria y majestad "Ven amado mío, hijo, hija mía he preparado un sitio para ti junto a Mí, desde antes de la creación del mundo" y en sus brazos de Padre abrazado por el Hijo y el Espíritu Santo sólo puedes decir "gloria, gloria, gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo" y llorar de gratitud y saber que nada ni nadie te podrá separar ya más de esas Manos.
La fiesta ha comenzado, una vida eterna llena de sorpresas, con millones de cosas por hacer, por vivir, por amar, por recordar, por construir está por delante ya sin dolor, sin miedo, sin egoísmo, sin fatiga ni aburrimiento, sin envidias ni rivalidades, juntos, unidos, felices, para siempre. Amén.

sábado, 12 de agosto de 2017

¿CÓMO HACER PARA QUE LA MISA "ME LLENE"?


Muchos cristianos la viven como algo que simplemente hay que hacer como "debido", "precepto". Otros lo viven como alimento semanal, como lugar donde pensar en Dios y darle "algo" de nuestro tiempo, para aprender, para ser animado o simplemente para no alejarnos del todo. 

Todo eso es verdadero pero tan pobre que suele dejar muy insatisfechos. Tantas veces la misa no nos dice nada, salimos de ella como entramos, quizás con cierta sensación de "haber cumplido" pero poco más. Pensamos que es por el sacerdote, o por la gente de esa misa o por nosotros mismos: tan poco ambiente de comunidad, tan frío, tan soso, tan distraídos... Incluso quien tiene niños piensa que son los niños los que impiden vivir la misa aprovechándola... 

Pero es que la Santa Misa es muchísimo más que eso.


No es principalmente algo que hacemos nosotros con nuestra atención, el sacerdote con su arte o la gente con su fervor, es ante todo algo que hace Cristo mismo a través de todos nosotros. El le da al Padre el culto perfecto, el de su amor y respuesta de obediencia y alabanza. El suplica para nosotros ante el Padre el don del Espíritu y éste viene y baja como fuego hasta el altar asumiendo lo que hemos puesto encima de él.

¿Y qué hemos puesto encima? El pan y el vino y con ellos nuestras vidas, lo que llevamos en la mente distraída, las preocupaciones por los niños, la salud, la lavadora estropeada, la suegra, el descanso... nuestra vida. Cuando nosotros DAMOS GRACIAS por Cristo, con El y en El al Padre Todopoderoso entonces se cumple el sentido de la santa misa -Eucaristía-acción de gracias-, porque venimos no a cargar pilas, no a cumplir un precepto (que también) sino principalmente A DAR GRACIAS, A DAR CULTO Y ALABANZA y ADORACIÓN. Nosotros no sabemos, ni nuestra pobre devoción, poca atención y frágil fervor podría darlo como se merece pero esa es la inmensa misericordia que Dios ha tenido con nosotros que el Hijo mismo se ha hecho hombre para dar culto al Padre en nuestro nombre, con nosotros y a través nuestro y así por El, con El y en El aprender a vivir como hijos, dando gracias por todo, haciendo de todo -trabajo, descanso, dolor, amor...- una ofrenda, una oblación, un sacrificio de acción de gracias. 


Nuestra vida entera se convierte en un "culto espiritual", una adoración, una alabanza que tiene su culmen en el altar al depositar con el pan y el vino nuestra semana con todas sus luchas en acción de gracias, delante suyo, y al mismo tiempo es punto de partida porque también colocamos lo que vamos a vivir la semana entrante, dando gracias por adelantado. Es este corazón rendido, agradecido, de hijos, que Jesús va formando en nosotros por su Espíritu el que es "agradable a Dios" como incienso. El sacrificio puro, el único que llega y da culto a Dios de verdad, es el de su Hijo Jesús en la Cruz que hoy sigue presentando ante el altar del cielo allí arriba y en el altar de nuestros corazones y de nuestras iglesias aquí abajo.



Este texto del año 160, de los primeros cristianos, lo explica de forma preciosa. Vivamos así la misa de este domingo y saldremos de ella llenos de alegría porque no dependerá de nuestra atención, ni del sacerdote, ni de los cantos ni del ambiente sino de lo que hace Cristo en esa santa misa en la que misericordiosamente estamos participando y a cuya perfecta alabanza del Padre nos podemos unir. Ya veréis la diferencia. Vivámoslo con María y el cielo entero.


Del Tratado de san Ireneo, obispo, Contra las herejías
(Libro 4, 17, 4-6: SC 100, 590-594)



YO QUIERO MISERICORDIA Y NO SACRIFICIOS

Dios quería de los israelitas, por su propio bien, no sacrificios y holocaustos, sino fe, obediencia y justicia. Y así, por boca del profeta Oseas, les manifestaba su voluntad, diciendo: Yo quiero misericordia y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos. Y el mismo Señor en persona les advertía: Si hubieseis comprendido bien lo que quiere decir: «Yo quiero misericordia y no sacrificios», no habríais juzgado mal de los que no han cometido pecado alguno, con lo cual daba testimonio a favor de los profetas, de que predicaban la verdad, y a ellos les echaba en cara su culpable ignorancia.
Y al enseñar a sus discípulos a ofrecer a Dios las primicias de su creación, no porque él lo necesite, sino para el propio provecho de ellos, y para que se mostrasen agradecidos, tomó pan, que es un elemento de la creación, pronunció la acción de gracias, y dijo: Esto es mi cuerpo. Del mismo modo, afirmó que el cáliz, que es también parte de esta naturaleza creada a la que pertenecemos, es su propia sangre, con lo cual nos enseñó cuál es la oblación del nuevo Testamento; y la Iglesia, habiendo recibido de los apóstoles esta oblación, ofrece en todo el mundo a Dios, que nos da el alimento, las primicias de sus dones en el nuevo Testamento, acerca de lo cual Malaquías, uno de los doce profetas menores, anunció por adelantado: Vosotros no me agradáis -dice el Señor de los ejércitos-, no me complazco en la ofrenda de vuestras manos. Desde el oriente hasta el poniente es grande mi nombre entre las naciones, y en todo lugar se ofrecerá incienso a mi nombre y una oblación pura, porque mi nombre es grande entre las naciones -dice el Señor de los ejércitos-, con las cuales palabras manifiesta con toda claridad que cesarán los sacrificios del pueblo antiguo y que en todo lugar se le ofrecerá un sacrificio, y éste ciertamente puro, y que su nombre será glorificado entre las naciones. Y sabemos por el Apocalipsis que ese incienso son las oraciones de los santos como dice la Escritura: "El sacrificio de acción de gracias ése me honra