jueves, 31 de enero de 2019

HARTOS DE UNA RELIGIÓN FALSA


La Palabra de Dios pide una respuesta que es la vida misma transformada por la Palabra de Dios.

No se trata simplemente de intentar seguir sus enseñanzas.

Es que la Palabra de Dios se ha hecho uno de nosotros, ha vivido fiel a las palabras del Padre y precisamente en la Liturgia somos transformados por el mismo Espíritu que le capacitaba a El para responder en cuanto hombre. 

Esa es quizás lo que hoy más nos falta: transformación.
Estamos llenos de información pero no hay transformación, seguimos igual. Nunca hemos sabido tanto acerca de comida saludable, de los efectos nocivos del móvil, los chicos tienen información de sobra sobre sexualidad, drogas, peligros de internet, pero nada de eso nos hace cambiar.

La Palabra de Dios no es informadora sino transformadora. 
No por nuestro empeño sino por la fuerza que reside en ella misma.


Aunque ese poder sólo se manifiesta –hace milagros como le pedían a Jesús- si nosotros aceptamos su poder transformador .
Como el fuego. Muchos se acercan lo suficiente para calentarse un poquito pero no quieren que les queme. Pero el fuego quema, y entonces se empieza a concebir como un peligro. 
Qué cierta es la frase del poeta: El fuego ama a quienes no le tienen miedo.
¿Por qué tenían miedo a Jesús aquellos compatriotas suyos o los nuestros de hoy? 
¿Fue porque no le comprendieron o quizás precisamente porque comprendieron algo claramente? 
No comprendieron a Jesús pero sí comprendieron algo de Jesús: que El no se deja domesticar. 
Y eso da miedo.
Decía Stalin: "Sólo le tengo miedo en esta vida a una cosa. A una persona con una certeza. A todos se puede convencer con promesas o con amenazas, pero al hombre con una certeza no se le puede vencer, sólo se puede acabar con él". Lo más fuerte es que lo decía a propósito de los cristianos de verdad.

El hombre libre, el hombre lleno de certezas, no el fundamentalista sino el que vive anclado en lo fundamental y no se deja ni comprar ni intimidar porque sus valores son otros. Ese es y siempre ha sido peligroso. 

Os confieso que yo también he sentido ese miedo. Te atrae y al mismo tiempo te da miedo porque intuyes que si te acercas demasiado cambiará tu vida o peor aún, que no lo hará porque al final tú te eches atrás y tengas que cargar toda la vida con la sensación de que tu vida podría haber ardido como una hoguera llena de luz y calor y sin embargo te has conformado con maldecir las tinieblas con el resto de los que te acompañan en la noche.
Jesús es así, como el fuego. Al final o te dejas transformar o te alejas de El.
Hoy yo veo que esto sigue sucediendo. No poca gente se acerca a la misa, escucha durante un tiempo, experimenta paz, fuerza, como destellos de verdad que les atraen. 
Pero llega un momento que tienes que tomar una decisión, o dejas que ese fuego te convierta en fuego, es decir que tu vida se transforme a imagen de la suya, tus criterios en los suyos, tus hábitos en los suyos, tus deseos en los suyos, o te alejas, le empiezas a ver como alguien peligroso, como un manipulador de conciencias, alguien a quien hay que despeñar de la vida o al menos de la vida social.
Como le profecitaron a María, ante su hijo quedarían claras las intenciones de muchos corazones, El sería como una bandera discutida, ante la que hay que tomar partido, o se le sigue o se le persigue. 
La Eucaristía, la liturgia cristiana, no es como las liturgias paganas que cumplían una misión social. Venimos, cumplimos, nos vamos. Hemos de saber que quien hace esto está cometiendo el peor de los sacrilegios. 
La Palabra de Dios o te transforma a ti a su imagen o la transformas tú a ella a la tuya. 
Al principio sabe dulce pero al final te dan ganas de vomitar. 
Ojalá vomitemos esa falsa religión y empecemos a vivir el riesgo de seguir a Cristo.
Entonces, como dice el profeta, aunque vivas expuesto, atacado, criticado el Señor te hará muralla de bronce, inexpugnable, podrás ser tú también la palabra de esperanza que el mundo necesita. 
Una palabra alimentada y sostenida por la Palabra, ésa que al principio también sabe dulce pero luego te hace arder por dentro, te convierte en un fuego que enciende otros fuegos.
Verdaderas luminarias en medio de un mundo oscuro, hasta que el Día amanezca…