sábado, 12 de agosto de 2017

¿CÓMO HACER PARA QUE LA MISA "ME LLENE"?


Muchos cristianos la viven como algo que simplemente hay que hacer como "debido", "precepto". Otros lo viven como alimento semanal, como lugar donde pensar en Dios y darle "algo" de nuestro tiempo, para aprender, para ser animado o simplemente para no alejarnos del todo. 

Todo eso es verdadero pero tan pobre que suele dejar muy insatisfechos. Tantas veces la misa no nos dice nada, salimos de ella como entramos, quizás con cierta sensación de "haber cumplido" pero poco más. Pensamos que es por el sacerdote, o por la gente de esa misa o por nosotros mismos: tan poco ambiente de comunidad, tan frío, tan soso, tan distraídos... Incluso quien tiene niños piensa que son los niños los que impiden vivir la misa aprovechándola... 

Pero es que la Santa Misa es muchísimo más que eso.


No es principalmente algo que hacemos nosotros con nuestra atención, el sacerdote con su arte o la gente con su fervor, es ante todo algo que hace Cristo mismo a través de todos nosotros. El le da al Padre el culto perfecto, el de su amor y respuesta de obediencia y alabanza. El suplica para nosotros ante el Padre el don del Espíritu y éste viene y baja como fuego hasta el altar asumiendo lo que hemos puesto encima de él.

¿Y qué hemos puesto encima? El pan y el vino y con ellos nuestras vidas, lo que llevamos en la mente distraída, las preocupaciones por los niños, la salud, la lavadora estropeada, la suegra, el descanso... nuestra vida. Cuando nosotros DAMOS GRACIAS por Cristo, con El y en El al Padre Todopoderoso entonces se cumple el sentido de la santa misa -Eucaristía-acción de gracias-, porque venimos no a cargar pilas, no a cumplir un precepto (que también) sino principalmente A DAR GRACIAS, A DAR CULTO Y ALABANZA y ADORACIÓN. Nosotros no sabemos, ni nuestra pobre devoción, poca atención y frágil fervor podría darlo como se merece pero esa es la inmensa misericordia que Dios ha tenido con nosotros que el Hijo mismo se ha hecho hombre para dar culto al Padre en nuestro nombre, con nosotros y a través nuestro y así por El, con El y en El aprender a vivir como hijos, dando gracias por todo, haciendo de todo -trabajo, descanso, dolor, amor...- una ofrenda, una oblación, un sacrificio de acción de gracias. 


Nuestra vida entera se convierte en un "culto espiritual", una adoración, una alabanza que tiene su culmen en el altar al depositar con el pan y el vino nuestra semana con todas sus luchas en acción de gracias, delante suyo, y al mismo tiempo es punto de partida porque también colocamos lo que vamos a vivir la semana entrante, dando gracias por adelantado. Es este corazón rendido, agradecido, de hijos, que Jesús va formando en nosotros por su Espíritu el que es "agradable a Dios" como incienso. El sacrificio puro, el único que llega y da culto a Dios de verdad, es el de su Hijo Jesús en la Cruz que hoy sigue presentando ante el altar del cielo allí arriba y en el altar de nuestros corazones y de nuestras iglesias aquí abajo.



Este texto del año 160, de los primeros cristianos, lo explica de forma preciosa. Vivamos así la misa de este domingo y saldremos de ella llenos de alegría porque no dependerá de nuestra atención, ni del sacerdote, ni de los cantos ni del ambiente sino de lo que hace Cristo en esa santa misa en la que misericordiosamente estamos participando y a cuya perfecta alabanza del Padre nos podemos unir. Ya veréis la diferencia. Vivámoslo con María y el cielo entero.


Del Tratado de san Ireneo, obispo, Contra las herejías
(Libro 4, 17, 4-6: SC 100, 590-594)



YO QUIERO MISERICORDIA Y NO SACRIFICIOS

Dios quería de los israelitas, por su propio bien, no sacrificios y holocaustos, sino fe, obediencia y justicia. Y así, por boca del profeta Oseas, les manifestaba su voluntad, diciendo: Yo quiero misericordia y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos. Y el mismo Señor en persona les advertía: Si hubieseis comprendido bien lo que quiere decir: «Yo quiero misericordia y no sacrificios», no habríais juzgado mal de los que no han cometido pecado alguno, con lo cual daba testimonio a favor de los profetas, de que predicaban la verdad, y a ellos les echaba en cara su culpable ignorancia.
Y al enseñar a sus discípulos a ofrecer a Dios las primicias de su creación, no porque él lo necesite, sino para el propio provecho de ellos, y para que se mostrasen agradecidos, tomó pan, que es un elemento de la creación, pronunció la acción de gracias, y dijo: Esto es mi cuerpo. Del mismo modo, afirmó que el cáliz, que es también parte de esta naturaleza creada a la que pertenecemos, es su propia sangre, con lo cual nos enseñó cuál es la oblación del nuevo Testamento; y la Iglesia, habiendo recibido de los apóstoles esta oblación, ofrece en todo el mundo a Dios, que nos da el alimento, las primicias de sus dones en el nuevo Testamento, acerca de lo cual Malaquías, uno de los doce profetas menores, anunció por adelantado: Vosotros no me agradáis -dice el Señor de los ejércitos-, no me complazco en la ofrenda de vuestras manos. Desde el oriente hasta el poniente es grande mi nombre entre las naciones, y en todo lugar se ofrecerá incienso a mi nombre y una oblación pura, porque mi nombre es grande entre las naciones -dice el Señor de los ejércitos-, con las cuales palabras manifiesta con toda claridad que cesarán los sacrificios del pueblo antiguo y que en todo lugar se le ofrecerá un sacrificio, y éste ciertamente puro, y que su nombre será glorificado entre las naciones. Y sabemos por el Apocalipsis que ese incienso son las oraciones de los santos como dice la Escritura: "El sacrificio de acción de gracias ése me honra