Jesús, Tú eres la Luz. La Luz verdadera que alumbra a
todo hombre. Pero como la luz eres humilde. Ella, la luz, baña la tierra y nos permite
ver la belleza de las cosas creadas; sin embargo nadie repara en su propia belleza.
Ella refleja sobre las gotas del rocío sobre las hojas del otoño, rompe entre
las nubes la oscuridad de la tormenta, hace nacer el día tímidamente mezclada
con la bruma de la mañana. Todo vuelve a la vida con ella: el hombre y los
animales comienzan sus trabajos, desde el más pequeño de los insectos hasta el
más importante de los príncipes de la tierra. Agradecemos su cálida y fugaz
caricia sobre nuestro rostro y seguimos nuestros quehaceres consolados por
ella. La luz como el amor, es humilde, no se impone, es benéfica, gratuita,
universal, llena de paz y de alegría. Jesús, Tú eres la Luz. Por ello no te
impones aunque nunca dejas de brillar. Tu resplandor atraviesa
imperceptiblemente el universo, lo sostiene y lo encamina hacia su destino
final y sin embargo sólo el corazón sencillo goza de tu calor, como la plantita
que extiende sus hojas humildemente hacia el Sol benéfico. Así, sólo los
humildes son capaces de descubrir el tesoro escondido, abrirlo y saciarse de su
Luz. Hágase en mí según tu Palabra.
jueves, 11 de diciembre de 2014
martes, 9 de diciembre de 2014
¡Abrir las puertas a la alegría!
Parece evidente, no hace falta ser
exhortados a esto y sin embargo… no lo es. ¿Por qué nos aferramos a esas
melancolías? Porque en ellas somos los protagonistas y sin embargo en la
consolación el protagonista es el Espíritu Santo.
Dejarme querer con la inconsciencia de un
niño, gratuitamente, abandonado en Su Amor. Alegrarme, vivir alegre por lo que
El ha hecho, hace y va a hacer contando con mi ser desastroso… dar gracias por
adelantado, alabarle.
¡FE! Nos falta tanta fe… Recuperar la
alegría de la fe, la alegría de vivir de fe, vivir de la fe, sobrenaturalmente,
un poco “a-normal”. No apaguéis el
espíritu, no despreciéis –descuidéis- la profecía. Vivir todo
preguntándote, orando, invocando al Espíritu, la protección de la Madre, en el
nombre de Jesús y por su Sangre, alabando y dando gracias por adelantado,
intercediendo. Desde la fe. Después de haber vivido tantas cosas ¿cómo no
vivo totalmente de la fe en Ti,
Señor?
Vivir de los consuelos de Dios, de sus
consolaciones, de la acción del Consolador, en todo momento. Pedirlo,
esperarlo, vivirlo, agradecerlo, fructificarlo.
Madre, fórjanos como tú: receptiva pero
no pasiva, para que actúe en nosotros el Dios de las sorpresas, El que está en medio de nosotros pero todavía no conocemos realmente, no valoramos el
poder y la fuerza real de su acción, todavía
no conocemos realmente su alegría… Abrámonos a ella, el Señor está cerca,
llamando ¿le cerraremos por miedo a una alegría no controlable?
Suscribirse a:
Entradas (Atom)