martes, 31 de octubre de 2017

¿QUÉ NOS ESPERA TRAS LA PUERTA DE LA MUERTE?


Hay una frase de Jesús que he sentido para hoy, quizás para alguno de vosotros que vais a escuchar o leer estas palabras. Les dice a sus discípulos “Si cuando os he hablado de cosas terrenales no me habéis comprendido ¿cómo me vais a comprender cuando os hablo de cosas celestiales?”

Tenemos un problema metodológico al acercarnos a escuchar lo que nos dice nuestra fe acerca de la vida después de la muerte. Reducimos la realidad a lo que nosotros comprendemos. Es curioso cómo ahora algunos políticos le invitan a los nacionalistas a abrir los ojos y dejarse guiar por la realidad, en vez de imponer sus ideas. Me hace gracia, ese es el método de toda ideología –también las suyas- no partir de la realidad sino de mis ideas e imponerlas hasta que se hagan realidad, es lo que nos pasa con el tema de la ideología de género imponiéndonos que uno puede ser un hombre dentro del cuerpo de una mujer o no tener género estable etc. mientras se acalla a la mayoría silenciosa para que no diga lo que es evidente hasta que poco a poco empiezas a pensar que quizás eres tú el equivocado, que los tiempos cambian, etc.
Pero esto viene de atrás, de un concepto de la vida en la que para que yo reconozca que algo es importante tengo que tenerlo en mi cabeza previamente. Tenemos muy poca apertura a dejarnos sorprender, a mirar en profundidad, reconociendo el misterio que envuelve nuestra vida empezando por los que más queremos y que no son como nuestra idea de hijo o esposo o padre o amigo pero que siguen siendo valiosos.
Necesitamos reconocer que no lo sabemos todo, es más: de lo más importante no sabemos casi nada. Porque lo que de verdad importa no son las cosas de la tierra –como dice Jesús- la salud, las relaciones, incluso el perdón o la paciencia. Lo que importa es lo que sostiene todo eso. Porque si sólo existe lo que vemos y tocamos o no podemos saber nada de otras cosas entonces somos los seres más desgraciados que existen porque no sabemos nuestro propósito, para qué estamos aquí en la tierra y el sentido de las cosas que hacemos y simplemente nos dedicamos a “disfrutar” la vida antes de que llegue la muerte, sin más.
Pero claro que hay un propósito y un sentido porque hay una meta. Y no es un mito, una idea bonita. Lo que sucede es que tenemos certeza de ella en la medida en que la experimentamos real en el presente. Es la experiencia de Cristo Resucitado. Quienes lo habéis experimentado sabéis de qué hablo. Los que no, atended bien lo que enseña la Iglesia, pues sólo podemos daros testimonio y acompañaros para que vosotros también lo podáis “ver y creer”.
¿Qué nos espera tras la puerta de la muerte a los que dijeron que sí a su salvación? El mismo que nos ha acompañado toda la vida. Y su Madre. Y los que se fiaron de El y le confesaron delante de los hombres y cumplieron sus mandamientos y pertenecieron a “los suyos”. Entonces morir es pasar a un lugar de vivos. Abrimos los ojos y la vemos a ella y a nuestros seres queridos que dijeron que sí al Señor y que nos llevan cuidando toda la vida desde arriba. Salimos del cuerpo y nuestro ángel nos acompaña a la luz. En esa luz empezamos a ver nuestra vida y lloramos, nos arrepentimos, vemos lo que era nuestra misión y cómo la traicionamos tantas veces, cómo no cuidamos de los que nos encomendaron, cómo incluso a veces les hicimos daño, y lloramos, vemos tanto amor, tanta paciencia del Señor con nosotros y nuestra ingratitud y falta de correspondencia, y lloramos. Vemos finalmente lo que el Hijo eterno de Dios sufrió en la Cruz cargando con todo ese mal y esa culpa mía como un hermano mayor que se ha hecho cargo de mi deuda, y veo que he merecido quedarme sin Dios para siempre, y veo cómo cada pecado, cada traición le destrozaba a Jesús, era un latigazo en su cuerpo y en su alma, lo veo y lloro, lloro inmensamente, veo cómo vino una y otra vez a mí, buscándome, haciéndose pequeño en la sagrada hostia y veo cómo le he tratado misa tras misa, con increíble indiferencia y desprecio, y lloro y me acuso y pido penitencia y más dolor que me sirva para llorarlo como se merece pues soy un desgraciado, un hombre ruin y malvado, un traidor, un asesino de Dios. Y una luz nos envuelve en esa humillación, es la salvación que no merecemos pero que hemos aceptado con humildad.
Y ese sufrimiento de amor se hace cada vez más puro, cada vez más agradecido, cada vez con más paz, hasta que nuestro corazón queda totalmente en paz, reconciliado con Dios, con los demás y con nosotros mismos. Hemos pedido perdón pero también hemos perdonado y nuestra vestidura se ha ido blanqueando en esa luz.
Ahora cada vez más vemos nuestra vida, nuestra historia como la mira Dios y nos llenamos de gratitud, un cántico comienza a nacer en nuestro corazón, es misterioso y desconocido, lo pone el Espíritu sólo en aquellos que siguieron al Cordero y fueron despreciados, insultados y sacrificados con El por amor al Padre, y ahora ese cántico el que Jesús mismo recibió al ser resucitado despierta en nosotros, es el cántico del Cordero, el canto de la victoria después de la terrible batalla, es un grito de júbilo que empieza subir desde el pecho con emoción creciente, increíble, es la adoración en Espíritu y en Verdad al Dios Tres Veces Santo y entonces nos descubrimos rodeados de miles, de millones de seres celestiales que aclaman y cantan el mismo cántico, como en un inmensísimo estadio de futbol, estamos en la puerta de ese lugar santo y vemos venir a nosotros a nuestros padres y abuelos y hermanos que dijeron que sí al Señor y esos hijos que nunca llegaron a nacer y que ahora ves su rostro por fin, llenos de luz, de amor, y lloras y lloras pero no ya de dolor sino de agradecimiento, de emoción, de tanto amor inmerecido, y en medio de los cantos de alabanzas y júbilo indescriptibles.
Y entonces sucede… sucede lo único que ya desea tu corazón, aparece el Rey de reyes y Señor de señores lleno de gloria y majestad "Ven amado mío, hijo, hija mía he preparado un sitio para ti junto a Mí, desde antes de la creación del mundo" y en sus brazos de Padre abrazado por el Hijo y el Espíritu Santo sólo puedes decir "gloria, gloria, gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo" y llorar de gratitud y saber que nada ni nadie te podrá separar ya más de esas Manos.
La fiesta ha comenzado, una vida eterna llena de sorpresas, con millones de cosas por hacer, por vivir, por amar, por recordar, por construir está por delante ya sin dolor, sin miedo, sin egoísmo, sin fatiga ni aburrimiento, sin envidias ni rivalidades, juntos, unidos, felices, para siempre. Amén.