jueves, 23 de enero de 2014

LUZ


Una vez los hombres de una tribu africana recibieron la visita de unos misteriosos personajes, aquellas dos mujeres vestidas de blanco y azul venían a estar con ellos, a escucharles, a servirles y a contarles que eran alguien grande para Dios: ¡sus hijos! y que por ello eran hermanos entre sí y de todos los hombres, también de sus enemigos, les decían que cada hijo era precioso y que las mujeres eran igual que los varones, que era posible un amor fiel y fecundo que durase para siempre, que el poder era un servicio y los bienes un regalo a compartir. Su alegría y su paz conquistaban los corazones de los más sencillos, hasta que un día desaparecieron; nadie encontró sus cuerpos, pero la selva lloraba y todos los sabían, su Luz quemaba “y las tinieblas no les recibieron” … Pero algunos, los más sencillos, habían visto cómo aquellas mujeres sencillas les trataban y se trataban entre sí, más allá de sus miserias y egoísmos un amor muy profundo brillaba desde dentro de ellas. Y creyeron. Eran pocos. También fueron condenados, torturados y ejecutados como rebeldes. Pero cantaban en el martirio y perdonaban a todos. Y cuanto más se azuzaban las mechas de esta herejía más prendían y más se extendían. Siempre entre los sencillos, siempre en contra, siempre en minoría, como una luz a punto de extinguirse pero imparable en su propagación, de madre a hija, de abuelo a nieto… Un día los jefes lo comprendieron. Debían apoderarse de esa luz, fingir la conversión, adecuarla a su modo de vivir. Pero la luz no es así, no se deja encerrar, es libre y hace libres, no la puedes controlar y lo peor: deja en evidencia, pues descubre a todos la intención de cada corazón. Esa misma luz que sigue llenando de paz y serena claridad a los miserables que creen  -cada vez más- en la vida, en el perdón, … en Dios.



“Al país que caminaba en tinieblas una gran Luz les brilló”. Pueden los hombres ignorarla, pueden criticarla, renegar de ella e incluso perseguirla, luchar por ocultarla, sofocarla, pero “no se puede ocultar una ciudad puesta sobre un monte”, no se puede apagar este incendio. Hoy El te dice como a la Madre Teresa “Ven, sé mi luz” ¿qué le vas a responder?

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