Una
vez los hombres de una tribu africana recibieron la visita de unos misteriosos
personajes, aquellas dos mujeres vestidas de blanco y azul venían a estar con ellos, a
escucharles, a servirles y a contarles que eran alguien grande para Dios: ¡sus
hijos! y que por ello eran hermanos entre sí y de todos los hombres, también de
sus enemigos, les decían que cada hijo era precioso y que las mujeres eran
igual que los varones, que era posible un amor fiel y fecundo que durase para
siempre, que el poder era un servicio y los bienes un regalo a compartir. Su
alegría y su paz conquistaban los corazones de los más sencillos, hasta que un
día desaparecieron; nadie encontró sus cuerpos, pero la selva lloraba y todos
los sabían, su Luz quemaba “y las tinieblas no les recibieron” … Pero algunos,
los más sencillos, habían visto cómo aquellas mujeres sencillas les trataban y se
trataban entre sí, más allá de sus miserias y egoísmos un amor muy profundo
brillaba desde dentro de ellas. Y creyeron. Eran pocos. También fueron
condenados, torturados y ejecutados como rebeldes. Pero cantaban en el martirio
y perdonaban a todos. Y cuanto más se azuzaban las mechas de esta herejía más
prendían y más se extendían. Siempre entre los sencillos, siempre en contra,
siempre en minoría, como una luz a punto de extinguirse pero imparable en su
propagación, de madre a hija, de abuelo a nieto… Un día los jefes lo
comprendieron. Debían apoderarse de esa luz, fingir la conversión, adecuarla a
su modo de vivir. Pero la luz no es así, no se deja encerrar, es libre y hace
libres, no la puedes controlar y lo peor: deja en evidencia, pues descubre a
todos la intención de cada corazón. Esa misma luz que sigue llenando de paz y
serena claridad a los miserables que creen -cada vez más- en la vida, en el perdón, … en
Dios.
“Al país que caminaba en tinieblas una gran Luz les brilló”.
Pueden los hombres ignorarla, pueden criticarla, renegar de ella e incluso
perseguirla, luchar por ocultarla, sofocarla, pero “no se puede ocultar una
ciudad puesta sobre un monte”, no se puede apagar este incendio. Hoy El te dice
como a la Madre Teresa “Ven, sé mi luz” ¿qué le vas a responder?
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