Mira a Jesús apasionado por los
hombres. Su preocupación es que la gente, el mundo, la tierra, sea iluminada,
salada y para ello quiere contar contigo. Hacerte no sólo receptor de su Amor
sino colaborador suyo. Quiere que seas sal en medio de tu ambiente. Pero para
que la sal dé sabor a una comida dice que son necesarias dos cosas:
1º.- Que esté en medio del alimento, no
fuera
2º.- Que ella misma no pierda el sabor
Lo primero: estar
El Señor necesita que estés comprometido
hasta el fondo en la historia y la vida de tus compañeros de trabajo, de
universidad, en tu vecindario. Que seas profundamente humano sin ser mundano.
Que todo lo humano no te sea ajeno sino que lo sientas como propio. Que
luchemos, los primeros, por toda causa justa: en lo social, en lo económico, en
lo político. Vivimos un tiempo de mucha crítica pero de poca lucha. El te
invita a que tus palabras tengan siempre un algo de sal, que siempre arrojen
luz positiva.
Lo segundo: conservar el sabor
El sabor viene del ser, del
interior. Ser de Cristo, estar unido a El por medio de la oración, los
sacramentos y la comunidad. No dejarnos desvirtuar, perder la fuerza. No tener
miedo a saber distinto, a escocer. Justo por eso puedes aportar algo. Si no no
servimos y somos insípidos, irrelevantes, sin nada nuevo que proponer, sin
ningún interés. Para ello es necesario que seas protagonista de tu propia vida.
No se puede entregar lo que no se posee. Es imprescindible que tomes el volante
de tu vida y no que la lleven las circunstancias. Vivir tu vida como una
misión. Tu misión, dice Jesús, es la misma que la suya:
que los hombres conozcan el amor –el de Dios y el humano-y den gloria al Padre
que está en los cielos.
¿Cómo puedes echar ese puñadito de sal en la vida de
tus compañeros? Jesús no te invita a hablar mucho sino a vivir mucho. Vivir una
vida bella, buena. Las obras buenas que explicó en el monte: el perdón,
la honestidad, la pureza aún en pensamientos, la fidelidad matrimonial, hasta
el extremo… amar, amar siempre, incluso a los que te hacen el
mal. Estas cosas no nos salen, sólo son posibles con la fuerza del Espíritu
Santo, por eso son un testimonio no de lo buenos que somos nosotros sino de lo
bueno que es El. Se trata de que esa sal que está en ti, en tu corazón y
que el Bautismo desarrolló no pierda el sabor sino que dejes que salga hacia
fuera, dé sabor al mundo entero, aunque te maten por ello, como al Maestro. El
Padre te resucitará como a El y hará que tu vida dé mucho fruto para gloria
suya. Como Juan Pablo II. El vivió en su vida tanta oposición justamente porque
daba sabor al mundo. El mismo nos dijo “No tengáis miedo de ser la luz
del mundo. Como dijo santa Catalina de Siena: Si fueseis lo que sois el mundo
estaría ya ardiendo. Sois luz y sal ¡Dejad que Cristo os envíe al mundo, El va
con vosotros!” Sé sal, amigo, el mundo Le necesita, te necesita.
Qué gran deseo d q Él llegue a mis hijos, familia, alumnos, compañeros, amig@s...!! Y q llene su vida!! Pero los frutos tantas veces no se ven... Él sabrá cuándo le abrirán la puerta, como yo debo abrir la mía cada día, cada instante..., lo mío debe ser sembrar, amar, rezar, hablar cuando toque... Y no perder la confianza en su gran poder... y en la intercesión de María...
ResponderEliminaranimo maria ester, El actúa en ti y a través de ti más de lo que crees, un abrazo, Dios te bendiga
EliminarQué bonitas, qué profundas y qué ciertas las reflexiones que compartes con nosotros, Carlos. Gracias por poner sal y luz en nuestras vidas y por animarnos a hacer lo mismo, a seguir Su llamada día a día.
ResponderEliminargracias pablo!!!!!! tu fidelidad a la entrega que cada día Dios te pide es luz y sal para muchos de nosotros!!! bendiciones amigo
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